Matera

Quien llega a Matera por primera vez no puede dejar de encantarse por su intrincada maraña de casas excavadas en cuevas, iglesias rupestres y palacios barrocos, todas amontonadas unas sobre otras y rodeadas por un paisaje casi lunar. No es una coincidencia que esta ciudad de Basilicata, situada en el centro sur de Italia, fuera incluida en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1993 precisamente por su "paisaje cultural". Para entender esta definición, es necesario remontarse a la historia de la ciudad, cuyos primeros asentamientos, en viviendas rupestres excavadas en la piedra caliza del barranco, se remontan a la Edad de Bronce. Aquí el hombre se ha integrado con la naturaleza y el territorio sin violarlos, estudiando soluciones urbanas innovadoras. Entre ellas, un complejo sistema de canalización de agua, cuyo mejor ejemplo, que todavía puede ser visitado hoy en día, es el Palombaro Lungo, una enorme cisterna que data del siglo XIX.

"En ese estrecho espacio entre las fachadas y la pendiente pasan las calles, y ambas son aceras para los que salen de las casas de arriba y techos para los de abajo", así describió el escritor Carlo Levi el increíble tejido urbano de Matera, donde el pasado y el presente se cruzan sin parar. Para orientarse, hay que tener en cuenta que los dos asentamientos principales se desarrollaron en dos anfiteatros naturales, el Sasso Caveoso y el Sasso Barisano, divididos por un espolón llamado Civita, la parte más antigua de la ciudad. Aquí se encuentra la Catedral, un espléndido ejemplo de arquitectura románica, construida a mediados de 1200.

El centro histórico sólo puede ser visitado a pie: use zapatos cómodos, porque sus escalones y estrechas calles erosionadas a lo largo de los siglos son muy resbaladizas. La sugerencia es disfrutar de Matera sin prisas, perdiéndose en los callejones y escalones, dejándose deslumbrar por las increíbles vistas de la ciudad y el paisaje circundante que aparecen de repente delante de uno. Estar de pie frente a uno de los muchos miradores panorámicos de la ciudad al atardecer, cuando las primeras luces se encienden y las piedras blancas de los sassi se vuelven rosas y naranjas, como en un enorme pesebre, es una experiencia única.